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Porquería

un blog de Guillermo Fadanelli

martes, noviembre 25, 2003
Hay una infeliz durmiendo plácidamente en mi recámara. No se trata de una extraña, sino de una mujer que ha vivido conmigo los dos últimos años de mi vida. No me sorprende, por supuesto que no; sólo me basta recordar cuántos años tardé en ir a un dentista después de la primera molestia, o en ir al oculista luego de los mareos causados por la lectura. Así como a otros les parece agradable el ver cómo una vaca se va poniendo gorda o cómo a un árbol le van naciendo manzanas, a mí me seduce el ver de qué manera a todo se lo va llevando la chingada. No voy a defender las sinrazones del relativismo pues cualquiera tendrá una mejor tesis que yo. Lo que quiero decir es que mientras esa mujer duerme en mi cama yo tengo que estar pudriéndome frente a la televisión y masticando una caja de cereal viejo cuyo contenido tardará años en acabarse. ¿Cómo puede dormir tan tranquila? Me imagino que piensa que el día siguiente será exactamente igual al de ayer y también al de hoy. No se equivoca, el paisaje de nuestro zoológico cambia muy poco, a veces se muere un mono, nace un antílope o las jaulas están más limpias, pero en esencia siempre es lo mismo.

Entro a nuestra habitación y coloco una silla frente a nuestra cama. Me desnudo y acomodo mi ropa muy bien doblada dentro del clóset. Ella no percibe mis movimientos porque está soñando con nuevas cremas y autos que van a más de cien en una autopista. Me siento en mi silla de madera y lentamente tiro del edredón que la cubre hasta el cuello: me emociona saber que bajo ese montículo de trapo se encuentra un cuerpo tibio y resistente. Debido a que la perra es friolenta me veo obligado a repetir la operación dos veces más, primero una cobija de lana y después una sábana amarilla: la cobija se desliza torpe, ondulándose como una boa en la maleza, la sábana en cambio vuela como si se la llevara el viento. Ahora está a disposición de mis ojos: su desnudez refutada sólo por sus corrientes pantaletas blancas. Se me ocurre que puedo comer cereal mientras miro su cuerpo, así que voy a la cocina y vuelvo con mi cajita de maizoro. ¿Cómo puede estar dormida si apenas son las dos de la mañana?

El frío en su piel comienza a despertarla e instintivamente busca las cobijas. No hay nada, el edredón, la cobija y la sábana están en mi poder. En cuanto se despabila y tiene conciencia de su situación, comienza a ladrar.

-Devuélveme las cobijas, pendejo -me dice reprimiendo un bostezo. Cómo me gusta su voz. Me gusta tanto como escuchar el sonido que hacen los hielos al caer dentro de un vaso.

-Mientras tú duermes yo tengo que estar dando vueltas de aquí para allá como un león.

-Ese es tu problema, déjame dormir.

Me he acostumbrado a su falta de amor y a su cinismo. En contraparte ella sabe que jamás le devolveré las cobijas si no se me da la gana, no sólo porque tengo músculos más sólidos sino porque soy más obstinado. Ella lo sabe.

-Por cada cereal que atrapes con la boca te devolveré una cobija -le propongo.

-No hagas estupideces, por favor...

Sabe bien que ese no es el camino, ¿no es una estupidez mucho más grande estar dormida a las dos de la mañana? Dejamos pasar un minuto y después ella pone manos y rodillas sobre la cama: es una leona de ancas suaves y tensas.

-Está bien, dame de comer -dice. Le arrojo una hojuela de maíz que rebota en su mejilla, no tiene buenos reflejos, ¿cómo los va a tener si se la pasa dormida toda la noche?

-¡Hijo de puta, no las tires tan lejos! -se queja. Me imagino que mientras ella abre la boca esperando atrapar una hojuela, otro hombre la penetra por el culo -siempre he sido bueno para construir en mi mente este tipo de imágenes. Continuamos nuestra actividad varios minutos más hasta que la zorra cumple con la cantidad convenida.

-Ya está, ahora cumple tu parte -exige. No tengo inconveniente en devolverle las cobijas y las arrojo a sus pies. Ella tira al piso las hojuelas que cayeron fuera de su boca mientras yo me masturbo viendo como va en cuatro patas de un lado a otro de la cama. Una vez concluidas nuestras tareas, ella vuelve a enrollarse en esos absurdos trapos multicolores y yo regreso a la sala para encender el televisor, ¿no es una maldita puta infeliz?
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