Cero a la izquierda
En un libro que jamás debió ser publicado, La educación del estoico, Fernando Pessoa describe someramente los límites de un mundo ético: el placer es para los perros, las quejas para las mujeres y los hombres nos quedamos con el honor y el silencio. No es honrado tomar una cita ajena para después inventar teorías que poco o nada tienen que ver con el pensamiento del autor, pero si una editorial prestigiosa lo publica después de muerto, lo mío es en realidad un pecado de adolescentes. Mal paradas han quedado en esta cita las mujeres a quienes se les trata de quejumbrosas, mientras que a los perros se les condena a envenenarse con los placeres. Los hombres sólo debemos callar pues así lo ordenan los cánones del honor. No es una broma añadir que en esta división me habría gustado ser un perro (por supuesto), aunque mesurado en sus placeres, ¿pero quién ha conocido a un perro mesurado a la hora de roer los huesos?
Si los hombres se quejan pierden su honor, muestran sus sentimientos y sus debilidades: se hacen vulnerables. Y me pregunto ¿cómo es que pueden vivir los hombres silenciosos en una comunidad donde la justicia está ausente? Me imagino que matándose entre sí (en silencio, por supuesto) o soportando humillaciones, denuestos y patadas en el trasero. Una sociedad estoica o masoquista como la nuestra no va por buen camino. Los hombres deberían de aprender de las mujeres y no cuidar un honor que en realidad es miedo, escepticismo, desesperanza y sobre todo resignación. En general las mujeres educadas poseen mucho más sentido de la justicia porque a su ser creador añaden el conocimiento de su circunstancia cultural y civil. Si no se aprende de ellas entonces los libros se vuelven un tanto superficiales.
El silencio es buen camino para el individuo que ha tomado la decisión de apartarse, construir en la periferia y esperar una vida menos funesta después de la muerte. Un individuo puede practicar el estoicismo, pero una comunidad estoica es ridícula, al menos en nuestros tiempos. En mi condición de cero a la izquierda me he enterado de varios desastres que no hacen más que hundirme en el desasosiego, uno de ellos es la expulsión del escritor Leonardo da Jandra y su mujer de la casa en la que vivió durante décadas en Cacaluta, Oaxaca y la decisión de destruir la mitad de una reserva ecológica para hacer un campo de golf, además de hoteles donde se solazarán los ceros a la derecha. No entraré en detalles acerca de este deporte practicado ampliamente en el país. Lo que despierta mi curiosidad es que se siga poniendo atención y dinero a los partidos políticos. Después de la tortura proselitista a la que se ha sometido a las personas durante meses, no me cabe duda de que las han puesto aún más en contra de la política. Una pregunta por demás sencilla para hacerse a estas organizaciones en decadencia es la siguiente: si las cosas van tan mal ¿por qué no se unen en torno a soluciones comunes y proponen candidatos únicos que reciban la aprobación de una sociedad en emergencia social y económica? Si responden que no lo hacen porque poseen ideologías distintas estarán diciendo lo correcto: cada quien cuida sus propios intereses.
En nuestra sociedad estoica (impasible ante las desgracias) hay quien sostiene que los ceros a la izquierda no podemos entendernos sin la mediación de partidos aun cuando estos mismos han sido incapaces de responder la siguiente pregunta: ¿si la democracia consiste en que los más pobres gobiernen —por ser más en número— por qué estos nunca progresan? Esperamos ya una cascada de razonamientos que formarán una densa capa de humo para esconder los hechos. En lo que concierne a mí y a varios ceros más (quiero decir menos) creemos que las instituciones se sostienen en principios de convivencia no en los intereses de unos cuantos. ¿Acaso no se percatan del odio y malestar que despiertan? Sí, pero no les importa, con unos pocos votos se mantendrán en su sitio.
En el libro de Pessoa que me he propuesto saquear para escribir este artículo, leo las siguientes líneas: “No hay acción por pequeña que sea que no hiera a otra alma o que no ofenda a nadie.” Es esta la razón por la que ciertos ceros a la izquierda se mantienen en silencio, aunque eso siempre se podrá remediar.
Si los hombres se quejan pierden su honor, muestran sus sentimientos y sus debilidades: se hacen vulnerables. Y me pregunto ¿cómo es que pueden vivir los hombres silenciosos en una comunidad donde la justicia está ausente? Me imagino que matándose entre sí (en silencio, por supuesto) o soportando humillaciones, denuestos y patadas en el trasero. Una sociedad estoica o masoquista como la nuestra no va por buen camino. Los hombres deberían de aprender de las mujeres y no cuidar un honor que en realidad es miedo, escepticismo, desesperanza y sobre todo resignación. En general las mujeres educadas poseen mucho más sentido de la justicia porque a su ser creador añaden el conocimiento de su circunstancia cultural y civil. Si no se aprende de ellas entonces los libros se vuelven un tanto superficiales.
El silencio es buen camino para el individuo que ha tomado la decisión de apartarse, construir en la periferia y esperar una vida menos funesta después de la muerte. Un individuo puede practicar el estoicismo, pero una comunidad estoica es ridícula, al menos en nuestros tiempos. En mi condición de cero a la izquierda me he enterado de varios desastres que no hacen más que hundirme en el desasosiego, uno de ellos es la expulsión del escritor Leonardo da Jandra y su mujer de la casa en la que vivió durante décadas en Cacaluta, Oaxaca y la decisión de destruir la mitad de una reserva ecológica para hacer un campo de golf, además de hoteles donde se solazarán los ceros a la derecha. No entraré en detalles acerca de este deporte practicado ampliamente en el país. Lo que despierta mi curiosidad es que se siga poniendo atención y dinero a los partidos políticos. Después de la tortura proselitista a la que se ha sometido a las personas durante meses, no me cabe duda de que las han puesto aún más en contra de la política. Una pregunta por demás sencilla para hacerse a estas organizaciones en decadencia es la siguiente: si las cosas van tan mal ¿por qué no se unen en torno a soluciones comunes y proponen candidatos únicos que reciban la aprobación de una sociedad en emergencia social y económica? Si responden que no lo hacen porque poseen ideologías distintas estarán diciendo lo correcto: cada quien cuida sus propios intereses.
En nuestra sociedad estoica (impasible ante las desgracias) hay quien sostiene que los ceros a la izquierda no podemos entendernos sin la mediación de partidos aun cuando estos mismos han sido incapaces de responder la siguiente pregunta: ¿si la democracia consiste en que los más pobres gobiernen —por ser más en número— por qué estos nunca progresan? Esperamos ya una cascada de razonamientos que formarán una densa capa de humo para esconder los hechos. En lo que concierne a mí y a varios ceros más (quiero decir menos) creemos que las instituciones se sostienen en principios de convivencia no en los intereses de unos cuantos. ¿Acaso no se percatan del odio y malestar que despiertan? Sí, pero no les importa, con unos pocos votos se mantendrán en su sitio.
En el libro de Pessoa que me he propuesto saquear para escribir este artículo, leo las siguientes líneas: “No hay acción por pequeña que sea que no hiera a otra alma o que no ofenda a nadie.” Es esta la razón por la que ciertos ceros a la izquierda se mantienen en silencio, aunque eso siempre se podrá remediar.