—Para un autor que ha sido calificado como un escritor de la indiferencia, ¿significa algo haber publicado en Anagrama?
—No lo sé todavía. Sin embargo, en mi librero existen tres centenas de libros de Anagrama. Yo publiqué mi primer libro hace más de diez años en España, en una editorial subterránea. Después Mondadori me publicó una novela de la que no he recibido ninguna noticia desde su aparición hace varios años. En realidad me entusiasma estar en Anagrama, aunque después de ver los autores mexicanos jóvenes publicados o reconocidos en España cualquier entusiasmo se transforma en oscuridad.
—¿Qué ha pasado en el tránsito del joven escritor que concibió estos relatos, al indiscutiblemente más maduro autor de Lodo?
—Lodo no me ha hecho más maduro sino más cínico. Wilde afirmó que no era cínico sino que tenía experiencia. Bueno, ahora tengo más experiencia, pero mis preocupaciones son las mismas. Un ejemplo es que casi no me involucro en peleas que sé voy a perder, aunque por supuesto éstas son las más interesantes. Al perdedor lo dejan en paz mientras que el ganador tiene que seguir demostrando que lo es. Odio a los hombres exitosos.
—Hablando de influencias en la formación del estilo y las ideas de un escritor: ¿para qué sirvió Bukowski y para qué Fante?¿Qué otras existen en ése ámbito, el de las pasiones?
—Un escritor no sabe exactamente cuáles son sus influencias. Dice saberlo pero miente: no sabe nada. Fui un lector asiduo de Bukowski y también de Fante. Ambos me mostraron que la literatura era un asunto importante, no sólo un pasatiempo académico o un ejercicio de buena gramática.
Los envidié profundamente. Tus influencias más profundas pueden provenir de haber mirado con detenimiento las piernas de tu vecina o de haber sido testigo de un asesinato. Leo a muchos escritores estimulantes: Robert Walser, Joseph Roth, Kertész, aunque mi escritor favorito continúa siendo Philip Roth.
—¿El cuento o la novela?
—En el relato me siento como en mi casa, pero la obsesión que me causan las novelas me llevará a continuar escribiendo algunas más aunque los lectores desaparezcan. Es un ejercicio inútil que por lo tanto se vuelve inteligente. Tengo una nueva novela, pero la guardaré algunos meses o años. No quiero correr a un ritmo que no es el mío.
—¿Tienes alguna idea del futuro? —No, cuando muera todo se irá conmigo a mi tumba. Una de las razones por las que se comienza a apreciar la muerte es porque no estás a gusto en tu comunidad. ¿Qué puede importarte una comunidad formada exclusivamente por cretinos, incapaces de ofrecerse a sí mismos una vida digna?
Lo único que me gusta de hacerme viejo es que casi todas las mujeres son más jóvenes que yo: eso, si se mira con buen ánimo, es un paraíso.
—Qué es lo que le importa resaltar de sus personajes. Su soledad, su imposibilidad para vivir en el mundo o un desprecio cínico y hedonista.
—Me interesa la soledad, pero también el humor. Aunque creo que el mundo no se conoce por medio de conceptos sino a partir de las lágrimas, como escribió Cioran, pienso que el humor es estupendo para paliar los malestares, sean éstos religiosos, históricos o personales. La ironía, el cinismo, el pesimismo ilustrado son características del pensamiento actual. Yo no quiero que mis personajes sostengan tesis, ni me interesaría que sirvieran a mis objetivos. Prefiero que se hagan a sí mismos dentro de la página, en el momento de la escritura.
—¿A dónde querría llegar lo que escribe. Qué zona del lector le interesa tocar?
—Si en realidad estás interesado en la literatura debes probar por medio de ésta la inutilidad de la vida, o en caso contrario, probar de alguna manera la imposibilidad de los juicios definitivos. Sollers afirmaba, y yo lo he repetido tantas veces, que uno escribe porque existen preguntas que jamás serán respondidas, algo anda por allí, en el aire, que merece una respuesta aunque ésta sea un disparate. En cuanto a los lectores no escribo para ellos, puesto que no los conozco, no sé nada de ellos, no voy a pescar pensando qué clase de peces morderán el anzuelo. Agradezco a mis lectores que soporten mis libros, pero jamás escribiré para ellos.
—Cuando piensa en el lector, ¿cómo lo imagina?
—No me lo imagino, en absoluto. No me gusta conocerlos personalmente porque siempre termino decepcionándolos. Y ellos a mí.
—No lo sé todavía. Sin embargo, en mi librero existen tres centenas de libros de Anagrama. Yo publiqué mi primer libro hace más de diez años en España, en una editorial subterránea. Después Mondadori me publicó una novela de la que no he recibido ninguna noticia desde su aparición hace varios años. En realidad me entusiasma estar en Anagrama, aunque después de ver los autores mexicanos jóvenes publicados o reconocidos en España cualquier entusiasmo se transforma en oscuridad.
—¿Qué ha pasado en el tránsito del joven escritor que concibió estos relatos, al indiscutiblemente más maduro autor de Lodo?
—Lodo no me ha hecho más maduro sino más cínico. Wilde afirmó que no era cínico sino que tenía experiencia. Bueno, ahora tengo más experiencia, pero mis preocupaciones son las mismas. Un ejemplo es que casi no me involucro en peleas que sé voy a perder, aunque por supuesto éstas son las más interesantes. Al perdedor lo dejan en paz mientras que el ganador tiene que seguir demostrando que lo es. Odio a los hombres exitosos.
—Hablando de influencias en la formación del estilo y las ideas de un escritor: ¿para qué sirvió Bukowski y para qué Fante?¿Qué otras existen en ése ámbito, el de las pasiones?
—Un escritor no sabe exactamente cuáles son sus influencias. Dice saberlo pero miente: no sabe nada. Fui un lector asiduo de Bukowski y también de Fante. Ambos me mostraron que la literatura era un asunto importante, no sólo un pasatiempo académico o un ejercicio de buena gramática.
Los envidié profundamente. Tus influencias más profundas pueden provenir de haber mirado con detenimiento las piernas de tu vecina o de haber sido testigo de un asesinato. Leo a muchos escritores estimulantes: Robert Walser, Joseph Roth, Kertész, aunque mi escritor favorito continúa siendo Philip Roth.
—¿El cuento o la novela?
—En el relato me siento como en mi casa, pero la obsesión que me causan las novelas me llevará a continuar escribiendo algunas más aunque los lectores desaparezcan. Es un ejercicio inútil que por lo tanto se vuelve inteligente. Tengo una nueva novela, pero la guardaré algunos meses o años. No quiero correr a un ritmo que no es el mío.
—¿Tienes alguna idea del futuro? —No, cuando muera todo se irá conmigo a mi tumba. Una de las razones por las que se comienza a apreciar la muerte es porque no estás a gusto en tu comunidad. ¿Qué puede importarte una comunidad formada exclusivamente por cretinos, incapaces de ofrecerse a sí mismos una vida digna?
Lo único que me gusta de hacerme viejo es que casi todas las mujeres son más jóvenes que yo: eso, si se mira con buen ánimo, es un paraíso.
—Qué es lo que le importa resaltar de sus personajes. Su soledad, su imposibilidad para vivir en el mundo o un desprecio cínico y hedonista.
—Me interesa la soledad, pero también el humor. Aunque creo que el mundo no se conoce por medio de conceptos sino a partir de las lágrimas, como escribió Cioran, pienso que el humor es estupendo para paliar los malestares, sean éstos religiosos, históricos o personales. La ironía, el cinismo, el pesimismo ilustrado son características del pensamiento actual. Yo no quiero que mis personajes sostengan tesis, ni me interesaría que sirvieran a mis objetivos. Prefiero que se hagan a sí mismos dentro de la página, en el momento de la escritura.
—¿A dónde querría llegar lo que escribe. Qué zona del lector le interesa tocar?
—Si en realidad estás interesado en la literatura debes probar por medio de ésta la inutilidad de la vida, o en caso contrario, probar de alguna manera la imposibilidad de los juicios definitivos. Sollers afirmaba, y yo lo he repetido tantas veces, que uno escribe porque existen preguntas que jamás serán respondidas, algo anda por allí, en el aire, que merece una respuesta aunque ésta sea un disparate. En cuanto a los lectores no escribo para ellos, puesto que no los conozco, no sé nada de ellos, no voy a pescar pensando qué clase de peces morderán el anzuelo. Agradezco a mis lectores que soporten mis libros, pero jamás escribiré para ellos.
—Cuando piensa en el lector, ¿cómo lo imagina?
—No me lo imagino, en absoluto. No me gusta conocerlos personalmente porque siempre termino decepcionándolos. Y ellos a mí.