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Porquería

un blog de Guillermo Fadanelli

Aunque tal vez sea la única, poseo una enorme ventaja sobre la mayoría de los hombres: a mí si me gustan las mujeres con celulitis, adoro tocar y besar sus tejidos destrozados, sus pieles arenosas cruzadas por ríos blancos (Carajo, el modo de expresarme de la celulitis es una prueba de que en realidad me gusta). Naturalmente que en eso que para muchos es un defecto o una enfermedad radica gran parte del ser femenino, para la mayoría de los moralistas del sexo una mujer con celulitis equivale a lo que hace unas décadas todavía significaba una mujer con el himen roto, apenas la descubren se escandalizan, o si no al menos se decepcionan: la mujer ha sido tocada por la mano lujuriosa de la naturaleza. En términos de la biología es una puta: maldición para aquellos que comparan el cuerpo de una mujer con una fruta suave y jugosa (con esas mismas palabras), la celulitis les ha partido en dos el corazón. Cuánto desearía entrar a todos los hogares destrozados por la llegada de la celulitis y cojer con todos esos cuerpos anatemizados, relegados a la media luz, al maquillaje, al exilio del ditirambo y la palabrería poética, si pudiera escoger pediría que todas las mujeres que en el futuro habrán de compartir mi cama tuvieran al menos una de esas bellas ramificaciones blancas, tan parecidas a los cauces de un río o a las líneas de una mano afortunada, de no ser así rehusaría a acostarme con ellas, cono he rehusado siempre a irme a la cama con vírgenes: ese es un trabajo más propio de albañiles, tirar muros de ladrillo o romper piedras, abrir albañales o desazolvar cañerías: los albañiles quieren vírgenes o mujeres tersas e impecables como las que han visto alguna vez en las portada de una revista, todos los albañiles, sean ricos o pobres, quieren beber champagne. Saber apreciar la celulitis no es fácil, una piel de 35 años surcada por esas hermosas líneas blancas podría ser algo tan refinado como acompañar un Roquefort con un Suternes, pero carajo, educar al pueblo es tan difícil, sobre todo cuando posee vicios tan arraigados. No seré yo quien logre enderazar su camino.

En términos generales, gustar de la celulítis es una de las pocas ventajas que poseo sobre el resto de los hombres. Y si a ésta le sumamos la honrosa condición de moverme en el medio de los intelectuales y no ser gay, pues entonces creo que me he ganado a pulso el que se me considere un hombre respetable. En relación con mi segunda virtud me siento tan orgulloso de ella como de mi debilidad por la celulitis. Resulta que a mí la cultura me interesa no por ser un maricón sensible sino por ser sensible a secas, la biología no ha tenido nada que ver en mis gustos literarios ni en el hecho de haber preferido vivir de una manera en vez de otra. ¿Si no hay en ello virtud en qué otra cosa puede haberlo? Yo sé que los de mi clase están en vías de extinción, quedamos muy pocos escritores y artistas machos, (no hay necesidad de encuestas, por favor, póngase a sumar con los dedos), aunque finalmente, ¿a mí qué me importa? Hice un buen uso del libre albedrío y ya casi no me queda tiempo para arrepentirme.
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4:26 p.m.

Y de que te arrepentirias Guillermo?    



9:55 p.m.

MUERA LA DIETA
VIVAN LAS ESTRIAS    



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