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Porquería

un blog de Guillermo Fadanelli

Voy a decirles por qué nunca asisto a una mesa redonda. Lo primero es que los organizadores invitan regularmente a más de tres personas: ¡He llegado a ver hasta nueve bastardos en una sola mesa! De modo que la sesión llega a durar más de dos horas. Lo segundo es que los ponentes son tan ingenuos que llevan consigo más de dos cuartillas: ¡Hay cretinos que se tiran leyendo hasta veinte hojas cuando a nadie le importa un comino su opinión! En las presentaciones de libros he llegado escuchar eruditos tratados filológicos acerca de una novela que no vale ni el papel en el que está impresa: y uno que no es público tiene que soportar las peroratas de los compañeros de mesa mientras espera su turno al micrófono. En general el público que se presenta a estos actos es realmente acarreado: primos, queridas y uno que otro despistado. No son los políticos los que tienen el monopolio de los acarreados sino ¡los intelectuales! Insufribles son aquellos que quieren desacralizar el acto y restarle solemnidad: ¿Quién les dijo que su obligación es divertir al público? Incluso miden el éxito de su participación con las risas que despiertan en los amodorrados que tienen sentados enfrente. Al final del martirio, el moderador o lo que fuere pide la participación del público que responde a la invitación con un contundente silencio, de manera que es el mismo moderador quien hace alguna pregunta a los participantes. ¿Y quién creen que toma la responsabilidad de responder? El que leyó veinte hojas y ahora encuentra la oportunidad de oro para lanzarnos a la jeta sus apostillas. ¡Mil veces carajo! Y luego me preguntan por qué no quiero participar en una mesa redonda. La última a la que me invitaron fue una que se llamaba Nuevas tendencias estéticas. Acepté porque estaba de buen humor y me aseguraron que sólo seríamos tres en la mesa. A la semana me llaman para avisarme que aumentaba a cuatro el número de ponentes, ya que se nos unía un letrista de rock. O sea que además del tumulto habría también analfabetas. Yo que tanta envidia profeso a los rock stars tendría además que soportarlos escuchando estoicamente sus frivolidades. Por supuesto que renuncié a participar. Me imagino que jamás volverán a invitarme: no saben en realidad cuánto se los agradezco. Lo único a lo que todavía soy incapaz de negarme es a que los amigos me pidan presentar su libro. Como de alguna manera se trata de una celebración no tengo inconveniente en aceptar. Juro que siempre he sido breve y jamás hablo mal del libro: si no soy un patán. Para terminar este comentario diré que las mesas redondas deben seguir existiendo para que muchos escritores no mueran de soledad: hay muchas maneras de ejercer la filantropía.
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